Empecemos por los resultados de los que ya lo conocen: magnífica terraza de verano frente al mar, servicio atento y familiar, excepcional calidad de sus productos de mar, solera profesional de sus propietarios, la familia Luengo, Ramón y su esposa, Vero, su hija, responsable del comedor y otras responsabilidades y un sinfín de detalles que todo el mundo comenta al salir del local con la esperanza de volver lo mas pronto posible.
Un comensal primerizo que un buen día de verano con un sol de justicia aparece en esta casa (luego santa casa) y pide” sardinas a su estilo “ y morro de bacalao de cualquier especialidad escrita en la carta – mi preferido es a la llauna con alubias y pisto de payés- todo regado con un vino blanco fresquito del cercano Penedés y rematado por unos triangulos de queso de oveja, representa un almuerzo natural, de una exquisitez asombreoso ( ahora es tiempo de sardinas pero el bacalo es de una calidad suprema, cocinado en su punto para que “las hojas” se deslicen untuosas, gruesas, de un color marfileño, vamos, en su punto, elaborado y servido a su tiempo y sin demoras.
Trato directo
A este comensal se le queda el cuerpo como a un bendito en este restaurante sin alharacas, ambiente a la antigua usanza, de trato directo, y alejado de ese falso diseño que tanto deshumaniza y tanto pulula hoy en día con el refrán de “al ave de paso estacazo”. Ni mucho menos.
Es asombroso que aún queden locales con tanta prestancia y buen hacer. Nada como mantener los orígenes y evolucionar justo lo necesario para que Mar Blanc siga distinguiéndose a pesar del otoño que nos espera.