Sí, era una noche del mes de noviembre pasado y tenía una cita, un aniversario de postín: el restaurante La Canasta de Castelldefels cumplía 35 años.
Miguel Yepes, hombre de mesura estaba radiante. Séneca, en su clarividencia, pidió a los hombres mesura hasta en el sufrimiento. Sólo un hombre puede, fehacientemente demostrar su bondad superior, escudándose, contra todo evento, en la mesura, la única virtud de la cual carecen los irracionales. Miguel es amigo de sus amigos y cree en su negocio de restaurante siempre. Escribo la palabra amigo porque es un hombre que nos conoce a fondo y, a pesar de esto, nos quiere. Hablo porque durante largo tiempo de mi vida voy escribiendo crónicas de cocina, cosa muy subjetiva, que va decayendo por la infinidad de cambios que va sufriendo la profesión de cocinero y los endilgamientos de frases sustantivas para poder definir las tendencias que los “chefs mediáticos” han impuesto a una cierta sociedad pudiente.
Miguel, sin embargo, durante estos treinta y cinco años ha sido fiel a una cocina que sigue respetando el espíritu que impera, según claman los expertos, en el Mediterráneo, ajustándose a la bondad de su recetario y como persona de memoria con impulsos de su história personal va regalándo sus sabores y aromas en platillos que se sirven como entrantes, desde las anchoas, jamón, calamares rebozados o chipirones salteados, el omniprexsente “micuit” de hígado de pato y otras lindezas. Cada vez , sin cambiar nada, Intenta recrear en un ambiente sosegado de sus comedores, apacibles y familiares, permitir degustar de la mejor manera posible los manjares que nos brinda la oportunidad de comer una arroz con conejo y caracoles o el caldero con bogavante o una suprema de lubina a la sal.
Tan orgulloso y seguro de respetar sus principios culñinarios que no los varia. Ni los toca. Ahí está su rodaballo, la fuente de marisco y el suquet. A pesar de estar cerca del mar los platos de cuchara se deben disfrutar como las carnes guisadas, estofadas u horneadas.
La familia Yepes, ahora en plural, junto a todos los colaboradores que conforman el servicio, hacen destacar entre las maderas nobles y cristaleras de los comedores la felicidad del cliente. Para ellos no hay mejor decoración que un cliente satisfecho. Intentan sintetizar ese poso de cultura que es ese “mare nostrum” sin golpes “tecnoemocionales”. La emoción la trae el cliente. Y yo me quedé emocionado por un beso de una comensal zalamera, por las canciones de una tuna ful ( uno iba vestido de charro), por mis compañeros de mesa, todos de la prensa comilitona y los treinta y cinco puros que se fumará DON MIGUEL YEPES , uno por cada año. La vida es humo y sueño.
¡¡Felicidasdes¡¡