«Una veinteañera se acerca a Abel para que le conteste si habrá mesa con previa reserva para la noche […] Detrás está una mesa con ejecutivos disimulados de nobles pobres, ingenieros de multinacionales estafadas o estafadoras. Ñam, ñam. Gula! Gula!»
Una veinteañera se acerca a Abel para que le conteste si habrá mesa con previa reserva para la noche, una de los cien mil “gastronómadas” que no sabe que permanece abierto solamente para desayunos y almuerzos, de lunes a viernes, desde sus inicios como restaurante conocido y notable.
“Cuando era más pequeña comía con mi padre aquí y casi no me gustaba nada”, le dice. “ ¿ Y ahora comes de todo?”, pregunta Abel. “Ahora me gusta el recetario popular de mi familia y que actualmente añoro pero debo controlar el bolsillo”. Insiste: “ Todos los grandes jefes de cocina, dicen, dedicarse a ello ”, responde un poco avergonzada. A Abel le gusta contactar con la clientela. Es un fisgón del oficio . Como a ella le sucede, muchos ávidos peregrinos de buenas mesas y suculentas cocinas comienzan a serlo cuando conocen lugares como La Granja Elena. Algunos se reconcilian con la cocina de siempre, la de mamá, la tieta o la de la “tata”, una vez pasado el tiempo de la forzosa iniciación de la comida rápida, del sufrimiento del caracol hmbriento persiguiendo la lechuga por el muestrario de bocadillos adocenados de pollo y hamburguesa con cola de tomate y porción de mahonesa y, no digamos, el de las cocinas exóticas por baratas, de las lejanas y orientales latitudes, chinescas o “japos”, al estilo más de “todo a cien” que de restaurante decente con productos de dudoso origen y ruinosa calidad; pero otros se quedan ahí por diversas circunstancias, sobre todo económicas y nunca vuelven a reencontrar un puré de patata aplastada con tenedor y perfumada con setas o unas alcachofas en una crema (sopa) de morcilla fresca con una tira de jamón gustoso y, lástima por repetir la morcilla con los garbanzos y rebozuelos amarillos unas vieiras sabrosísimas o un arroz (en el dichoso cilindro) con “fungí porcini” (ceps).
Detrás está una mesa con ejecutivos disimulados de nobles pobres, ingenieros de multinacionales estafadas o estafadoras. Ñam, ñam. Gula! Gula!. El gran jefe sentado en la mesa con un plato de “cap i pota” entre los codos, que se atraca a dos carrillos masticando congestionado, suelta un erupto disimulado y: dish out ¡, aparta el plato de un manotazo y empieza a hablar de algunos de sus restaurantes preferidos en París: el que está cercano a la Bolsa de acciones, muy parecido al que existe al lado de la Bolsa de la City (Londres), “Le carré des Feuillants”, cerca de la calle Rivoli, dirigido por una jefe de cocina que ama las corridas de toros a la española, susurra en voz baja por el silencio que acontece en el pequeño comedor con sus contertulianos las anécdotas de los viejos “bistrots” como el “Charlotte I “ :Quesos y “coquillages” servidos en crudo a tres plantas de bandeja, frescos, brillantes, lujuriosos al limón. Hambre de hambres en la madrugada.
Pero por la boca muere el pescador. Ay dolor. Dolencia de parloteo. Abel dice que Isidre, sí, el de Cal Isidre le duele en el alma que algunos jefes de cocina mediáticos pretendan hacer la cocina que él y su familia NUNCA han abandonado. Como Casa Vallés, o Can Vilaró o el mismísimo Can Ferrán de Rubí. “Gum, gum. By gum”. Que empachón, qué empachadura…. Por encantar tres quesos .Queso= Vino blanco. Abel. vino Blanco. Cae un Riesling. Justo lo comido y bebido, qué felicidad!, en mi reencuentro con La Granja Helena se desencadena otro libro a medias con Marcelo, a trío con Abel. Gracias Marcelo Aparicio. Enhorabuena. Ocurrió todo llamándote por necesidad de hablar con un amigo, luego no pudiste seguirme hasta el final. Pagaste el taxi?. Mi “parola” de honor que me confié en Abel otra vez. Me enseño el libro que escribí sobre el Whisky, junto a Cesar Villar como maestro de ceremonias en las catas en el siglo pasado. Sock in ¡ en el comedor, entre cajas de copas de Riedel, salen humeantes unas turbas de los rios de Islay y a mi me enternece el alma. Show time escocés. Agua escocesa, euros de aquí. Que castañazo. No era Mac-Callan. La ballena asesina atraviesa mi cerebro. Escocés sin firma del Chambelán de la Queen. Me resisto en probarlo. Caigo, el médico me torperdeará. Bash, bash y dale que te pego.
Abel es así, habla naturalmente. Su hijo Borja, además de cocinar estupendamente hace “speeding”: culos y tetas, culos y entreperniles de patos, ocas y gansos. De pronto Manuela, la cocinera, hija y amiga de Marcelo sale con un gong chino, auténtico, y nos echa a la calle . Es tarde, es invierno, es de noche , las señoras de la casa se han ido después de comer un pollo horneado a cuartos y una ensalada. No engorda, dicen. Van vestidas de negro. Hasta mañana. Les recomiendo reservar mesa.
Granja Elena
Paseo de la Zona Franca,
Tel 933320241
Un artículo de Rodrigo Mestre