La sociedad de consumo va tras el placer, la alegría , el dinero para cumplir todos los deseos, pero la mayor parte de esta sociedad se figura que todo lo van a encontrar en las cosas instrumentadas.
Cosas materiales y centradas en su publicidad machacona de la televisión, prensa y radio con el márchamo de fama, clase o distinción y cuando se convence de que en ellas no está el encanto que prometen, se echa la culpa a sí misma antes que dudar de tanto engaño; de donde resulta que, por no pasar por personas de gustos extravagantes, simulan recrearse en lo que les hastía, sin ahorrarse esfuerzo alguno para cubrir las apariencias. De suerte que la multitud de la sociedad es en realidad una suma de hipócritas, cada uno de los cuales finge creer en lo que supone que los demás creen.
Ahora que el cinturón se debe apretar lo desabrochamos totalmente con tanta fiesta. Se celebra el viejo San Nicolás, traído con pinzas y disfrazado de Papá Noel, allende de la cultura anglosajona..Por los nacionalistas tenemos que acudir al caga tió, dándole una buena tunda de palos para que no cague arenques y sí turrones, además de sorpresas para los mas pequeños, claro está , después de atiborralo de comida y bebida durante dos semanas.
Muchos nostálgicos esperan los reyes magos para la gran ostentación de fiesta finiquitada por el roscón de frutas coloreadas y su corona real de cartón. Más regalos, más comilonas. Algunos dicen que se regalan cosas de vestir: corbatas, camisones, calcetines, perfumes que han visto la señorita del anuncio o el “cachas” pero que no han olido.
Menos mal que todo ronda en engordarnos con los festines para que no se nos caigan los pantalones ya que el cinturón lo tenemos desabrochado aunque para algunos ya estamos en calzoncillos o bragas (casi todas las mujeres utilizan pantalones) y cuidado que los hacen de tela fina. No se agachen por favor que el gobierno – los gobiernos, mejor escrito- está al acecho y parece que su máxima es contar que breve es el placer, como una gota de rocío, y mientras rie, se muere. La pena, en cambio, es larga y permanece. Se deben agachar de lado cuando vean una moneda de euro que eran ciento sesenta y seis pesetas con treinta y tres céntimos hace diez años y ahora con otro euro podrán subir al metro, tranvía, autobús para la ida. La vuelta Dios dirá.
Rodrigo Mestre