Cuando hablamos con amigos de las preferencias sobre cocinas foráneas, siempre nos queremos avanzar con las recomendaciones de platos que han quedado en nuestra memoria, y acabamos hablando, con mucha nostalgia, de cuando estuvimos en ese país. Y no volvemos a probar esos platos hasta que nos encontramos con alguna que otra sorpresa en nuestro peregrinaje por tantos y tantos lugares que hoy existen.
En pocos años he tenido la suerte de rememorar a través de algunos pocos restaurantes de nuestra ciudad cocinas lejanas, algunas exóticas y extrañas comparadas con nuestras costumbres alimenticias, y otras cercanas, muy conocidas, pero castigadas por la popularidad y engatusamiento que existe, sobre todo y principalmente la cocina china. Esto lo dejaremos para otro día.
Hoy he de confesar que he vuelto a encontrar sabores y aromas de Milán y su entorno, en Barcelona. Me atrevería a definirla como cocina “meneghina” (palabra que puede significar casi todo lo oriundo de esa ciudad, como dialecto, costumbre o cultura).
Sabores y aromas de Milán, Nápoles o Sicilia en Barcelona: La Meneghina.
Sí, además es el nombre del restaurante situado en la calle Dels Tiradors , bajo el único toldo visible desde la Plaza San Agustí y la calle del Comerç de Barcelona ciudad. Abre sus puertas hace cerca de cuatro años. Es pequeño y a la vez acogedor, sencillo local y con el BUEN HACER, lo escribo con mayúsculas, de Ariaddna, su propietaria, y va adquiriendo renombre por el sencillo “boca oído” tan frecuente entre los “gastronómadas”. Ariaddna hace poco tiempo se enamora de Roberto, un jefe de cocina que se espabila y llega a tener muchas responsabilidades en el Blanc, restaurante del hotel Mandarín, post Jean Luc Figueras. Y como buen italiano se encandila con la propuesta de Ariaddna y pone toda su joven experiencia en la cocina del establecimiento.
La carta cambia 3 o 4 veces al año.
Platos como los espaguetis “ a la vongole” extraordinarios, con mejillones y un fondo de tomate exquisitos, unos pancerotis , los gnoquis, la pasta rellena sabrosa, esponjosa y, al mismo tiempo, en su punto cocción. Un steak tártar con toques cítricos (helado de naranja y reducción del mismo helado) bien trabajado. Hay una carta de verano que infunde las crueles apetencias de probarlo todo aunque yo solo puedo hablar de lo que vi y festejé en compañía de una pareja amiga. Como final dulce un clásico “tiramisú” que hace que todos los recuerdos de los mal comidos desaparezcan, tal es la fuerza de este postre hecho con mucho saber. Genial, como se dice modernamente ante la sorpresa.
Una carta de vinos producidos en Italia. Probamos las recomendaciones de Ariaddna que busca y encuentra una excelente relación calidad y precio. Un “Bianco R” de la Hacienda Le Coste de Clementine, seco, de impacto súbito en boca con aromas complejos y un color muy interesante amarillo oscuro. Un blanco de “Terre Siciliane” con el nombre SP68 vino de autor, de Arianna Occhipinti, blanco brillante, afrutado que combina con platos de pasta que lleven salsa de tomate o ragú o hierbas aromáticas. El final estuvo apoteósico con las tertulias y un Miòl Prosecco de Treviso, elaborado por Bartolomiol de Valdobbiadene.
También preparan un menú a diario sobre unos quince euros por cabeza. En fin un almuerzo de los que uno se graba en la memoria de los pocos acontecimientos culinarios y amicales que vale la pena relatar gracias a Jaume y Laia que tuvieron la delicadeza de que conociera este lugar.